A veces las cosas nos miran
y nos piden darse a la fuga,
abrir una grieta
Bajamos a la reserva y escuchamos los cantos
de la madera, la piel carcomida,
la entretela, el papel rugoso.
Eran 1800 objetos.
Pero estos que están aquí
fueron los que alzaron su voz,
o los que susurraron, rompiéndonos por dentro,
desbordándose
en esta oficina de detectives para componer
una constelación.
¿Cómo se habita una constelación?
Trajimos objetos que vienen de afuera a dar
respiración lenta de boca a boca
a bienes que habían extraviado su casa,
su nombre,
su posesión íntima,
una pérdida que los entierra en los fondos fríos
de lo que paradójicamente no se quiere dejar morir
¿Por qué no dejamos morir a las cosas?
¿Por qué hacemos hospitales de infinito para ellas?
Que los objetos protesten.
¿Cómo sublevar una colección?
¿Cómo recomponer sus silencios?
La piel de estas cosas es un testigo veterano
transpira sueños y veredictos,
umbrales por los que reviven ausentes.
Son como el paisaje que los observa a lo lejos
objetos volcánicos,
siempre a punto de estallar.
Mientras construimos la memoria, la fuimos deshilando.
Archivos que respiran
cuerpos que se alían a reclamos guardados en lo remoto
para fracturar la ordenación en siglos.
Esta es una oficina de siglos rotos,
desacomodados
las cosas viven con destiempo
son fantasmas que dejan de ser fantasmas
y forman una sociedad
de fortaleza transparente.
Las oficinas de detectives
son hojas en las que se escriben denuncias materiales,
rebeldías de bienes que
quieren volver a sus comunidades,
ver la noche
y sobre todo ver de nuevo la luz de los días,
las lluvias y los soles.
Esta oficina es un vientre posible para una reserva viva,
que no niega su malestar por aquello que no se tiene,
por las ciudades invisibles que planean como ecos
entre contornos y estanterías,
allá abajo,
en la puerta otra que se cierra bajo llave.
~ Shaday Larios